Las mejores aventuras son las que compartes con los amigos… El Cabo Trafalgar una vez mas.

Si muero que me dejen a solas. El mar es mi jardín. No puede, quien amaba las olas, desear otro fin.

José Hierro

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Cuando hace 3.000 años los fenicios navegaron desde el mar Mediterráneo hacia el océano Atlántico llegaron al Cabo de Trafalgar y declararon esto “el fin de la tierra”. Este promontorio rocoso rodeado de dunas es hasta hoy el último punto al oeste de nuestro continente desde el que se puede ver África. Para los fenicios, todo lo que hay más allá era considerado como la gran incógnita.

Photo – Jaime Morales

Siempre ha habido un misterio alrededor del cabo. Con sus impredecibles corrientes y mareas vivas, los nadadores siempre se han mantenido alejados del cabo. La energía del viento y del agua aquí es tan fuerte que a menos que se tenga una vela, un remo o un motor, se consideraba loco o sin sentido intentar pasar el cabo a nado.

El mes pasado acepté el reto, embarcándome en solitario en un temerario viaje para pasar el Cabo como parte de mi aventura a nado de Conil a Tarifa. Como he contado antes, estoy bastante seguro de que fui la primera persona en nadar alrededor del Cabo de Trafalgar, estaba orgulloso de mi hazaña, y después de haber publicado en las redes sociales un par de fotos recibí bastantes comentarios – ‘Loco’ fue popular. ¿Podemos nadar contigo?”, no tanto.

Izq. a Dcha. – Alfonso Morillo, Manuel Romero, Jaime Morales, Pepe Diaz, James Stuart, Iñaki Guezuraga, Antonio Lancho, Salvador Morillo, Alejandro Montañes, Nacho Morales. Photo – Esther Montañes.

Para no quedarse atrás, Salvador Morillo, un famoso ‘waterman’ local, reunió a un grupo de amigos surfistas para nadar en sentido contrario. Me llamó para pedirme consejo, yo había nadado de norte a sur, así que le propuse hacer el camino inverso desde Los Caños hasta Zahora, un recorrido de 4.000 metros. Por supuesto, yo tenía un motivo oculto: no sólo sería el primero en dar la vuelta al Cabo a nado, sino también el primero en nadar en ambas direcciones. ¡Emoji sonriente! Inspirándose en el dios fenicio Melqart, de quien toma su nombre Los Caños de Meca, Salvador controló meticulosamente el viento, las olas y las mareas, asegurándose de que tuviéramos las mejores condiciones posibles. Menos mal que Barbate tiene un nuevo bote salvavidas”, bromeó alguien, provocando risas nerviosas mientras nos reuníamos en la orilla arenosa.

1,000m. cumplidos con un agua ultra transparente. Photo – Jaime Morales.

El agua cristalina revelaba un mundo de belleza submarina mientras nadábamos en medio de una paleta de tonos turquesa, desde la serena superficie hasta el fondo del océano. Al llegar al cabo, tras recorrer 1.700 metros, nos reagrupamos.

Pepe Diaz frente a las dunas del Cabo Trafalgar. Photo – Jaime Morales.

Habíamos cubierto 1.700 m. cuando llegamos a las rocas debajo del faro, hoy tapadas con la marea creciendo. Nos reagrupamos para organizarnos la seguridad esto siendo la consideración más importante del momento. Básicamente todos disminuimos la velocidad y nadamos en pareja. Los primeros 1.500 m. habían sido una especie de carrera, juntas a 8 nadadores en aguas planas y eso es lo que va a pasar! Respiramos profundamente, damos un par de patadas y seguimos con la corriente detrás de nosotros. Poco a poco se convirtió en la natación más agradable de mi vida. Definitivamente me sentí en la “flow”. El agua se movió con nosotros mientras nadábamos, debajo enormes bloques de piedra parecían los restos de un tumbado templo gigante que yacía en las profundidades verde azules. Una miríada de peces entraba y salía y cada vez que giraba la cabeza tenía como vista el imponente blanco del faro o el Atlántico abierto. Entré en un estado meditativo, mi respiración era regular y por una vez en el día podía olvidarme de la plaga en ‘terra firme’.

James, Iñaki, Pepe. Photo – Jaime Morales.

El sueño del nadador de aguas abiertas es alejarse del mundo real. Inmerso en un estado líquido, nuestra respiración regular, nuestras almas constantemente repuestas por la energía del mar, estamos casi de vuelta en la comodidad del vientre materno, lejos de las realidades del mundo real.

Salvador y Alfonso con Jaime de apoyo. Foto tomada desde el Cabo – Esther Montañes.

Tan alejado estaba de mi mismo que casi con un shock me desperté de mi sueño acuoso y nos encontramos rodeando el promontorio. Qué sensación tan fabulosa, los dioses del mar nos habían dado su permiso para pasar sin obstáculos a través de su dominio. Las sonrisas de todos estaban a la vista, hermanos de armas, el desafío fue peleado y ganado y ni un hombre perdido en el intento. Para coronar todo esto, teníamos espectadores observándonos desde arriba e incluso un controlador de playa de aspecto severo que nos observaba preguntándose si íbamos a llevar máscaras cuando saliéramos del mar. No voy a repetir los comentarios aquí.

Sonrisas y felicidad. 2,900m. y hemos rondado el Cabo Trafalgar. Photo – Jaime Morales.

El tramo final es siempre el más difícil pero una cerveza nos esperaba al final de la playa, así que otros 1.000m. parecieron valer la pena la espera. He nadado a lo largo de la playa de Zahora muchas veces y la corriente siempre parece ir en sentido contrario así que me dirigí al mar un poco mientras otros recibían una ligera paliza por el lavado de las olas. Desde el mar veo a una niña volando una cometa y puedo sentir una ligera onda de viento en el agua. El pronóstico de viento de Levante para el mediodía está llegando. Las banderas de la playa están empezando a ondear y pronto el mar será no nadable, cuanto antes salimos del agua mejor.

Verde, Blanco, Azul – la playa de Zahora un domingo por la mañana. Photo – Jaime Morales.

Poco a poco nuestro equipo llega a la orilla, la primera vez tocando tierra después de una hora y 20 minutos de natación. Por mucho que amemos el mar, los seres humanos son meras marionetas a manos de los elementos, la sensación de arena bajo los pies después de un largo baño es un alivio tranquilizador que nos recuerda que después de todo somos seres mortales. Por mucho que creamos que podemos conquistar los océanos, los humanos sólo podemos sobrevivir un tiempo finito en el agua.

Hemos llegado – campeones!

La belleza de un baño es su simplicidad, es el hombre y el medio ambiente al que se adapta nada más. En casi todos los demás deportes siempre hay material que se interpone en el camino de esa simplicidad, pero aquí en el mar la naturaleza es tanto su mayor aliado y su mayor temor. La forma en que abrazamos el ying y el yang del océano es la medida de cuánto disfrutaremos de la experiencia. Unidos y sonrientes hemos disfrutado!

Datos Inicio: Debajo del Bar el Pirata, Playa de Los Caños Fin: Chiringuito Kalima, Playa de Zahora. Distancia: +<4,100m. Tiempo: +<1hr.22 Viento: casi nulo, al final leve Levante Marea: creciendo

La muerte y supervivencia en el Cabo Trafalgar –https://africaonthehorizon.wordpress.com/2020/06/28/death-and-survival-on-the-cape/


English text

If I die, let them leave me alone. The sea is my garden. Those who have loved the waves, would not wish for another end.

José Hierro

Over 3,000 years ago, intrepid Phoenician sailors set out from the Mediterranean Sea into the vast Atlantic Ocean. Their destination was Cape Trafalgar, a rocky headland surrounded by windswept dunes, which they famously dubbed ‘the very end of the earth.’ It remains to this day the last point on our continent from which Africa can be seen and beyond this, to the Phoenicians, everything was shrouded in mystery, the great unknown. Cape Trafalgar has always held an aura of enigma. With its ever-shifting currents and treacherous rip tides, swimmers have kept their distance from this headland. The forces of wind and water here are so formidable that venturing into open water without sail, paddle, or motor seemed not only daring but possibly imprudent. Last month, I embraced the challenge, embarking solo on a reckless journey to pass the Cape as part of my Conil to Tarifa swim adventure. As recounted earlier I’m fairly certain I was the first person to swim around Cape Trafalgar, I was proud of my feat, and having posted on social media a couple of photos I received quite a few comments – ‘Crazy’ was popular. ‘Can we swim round it with you?’ less so.

Not to be outdone by my swim Salvador Morillo, a renowned local waterman, got together a group of surfer friends to swim the other way. He called me up for advice, I’d swum north to south, so I suggested we go the other way from Los Caños to Zahora a swim of 4,000 meters. Of course I had an ulterior motive, I could then claim not only the first swim around the Cape, but also the person to swim in both directions. Smiling emoji! Drawing inspiration from the Phoenician god Melqart, from whom Los Caños de Meca takes its name, Salvador meticulously monitored the wind, waves, and tides, ensuring we had the best possible conditions. ‘Good thing Barbate has a new lifeboat!’ someone quipped, eliciting nervous laughter as we assembled on the sandy shore. 

We headed off on a flat calm glass sea day, the crystal-clear water revealing a world of undersea beauty as we swam amidst a palette of turquoise hues, from the serene surface to the ocean floor. Upon reaching the headland after covering 1,700 meters, we regrouped. The initial leg had been a spirited race, as expected when eight male swimmers gather on placid waters. Taking a deep breath, we continued with the current at our backs, embarking on what would become the most enjoyable swim of my life. I felt in the ‘flow,’ a sentiment shared by everyone in the group I spoke with later. The water seemed to move in harmony with our strokes as we glided over colossal submerged stones that resembled the remnants of a long-lost temple beneath the clear blue-green depths. Myriad fish darted in and out, and every time I turned my head, I was greeted by the commanding presence of the lighthouse or the vast expanse of the open Atlantic.

I slipped into a meditative state, my breathing steady, and for that fleeting moment, I could escape the turmoil of the world above, consumed by the ongoing pandemic. The dream of an open water swimmer is to detach from reality, to immerse oneself in the soothing embrace of liquid solitude, where every breath sustains the soul with the sea’s energy. I was so lost in this experience that it was almost a shock when I surfaced from my watery reverie and realised we had rounded the headland.

What an incredible sensation! It felt as though the gods of the sea had granted us passage through their realm, unhindered. Smiles radiated throughout the group; we had conquered the challenge, and not a single swimmer was left behind. To top it all off, we had spectators watching from the cliffs above, including a stern beach controller, possibly pondering whether we would don masks as we emerged from the sea.

The final stretch is always the most demanding, but a reward awaited us at the far end of the beach—a cold beer after another 1,000 meters. I’ve swum the length of this beach countless times, and the current always seems to oppose us. So, I veered slightly farther out to sea, while others battled the waves’ tumultuous wash. I noticed a child flying a kite, and a gentle breeze ruffled the water, heralding the midday Levante wind. Beach flags began to flutter, signalling that force 6 winds were about to sweep across the dunes, making the sea unfit for swimming.

Step by step, our team reached the shore, setting foot on solid ground for the first time in an hour and twenty minutes of swimming. As much as we cherish the sea, we are humbled by the elemental forces that govern it. The feel of warm sand beneath our feet after an arduous swim offered a reassuring reminder of our mortality and the finite time we can endure in the water.

The beauty of open water swimming lies in its simplicity—man and his environment in perfect harmony. Unlike many other sports burdened by equipment, nature is both our greatest ally and our most formidable adversary in the ocean. How we embrace the yin and yang of the sea is the measure of how deeply we savor the experience.”

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